El Fantasma de la Ópera

Capítulo III

Mientras tanto proseguía la ceremonia de la despedida.

Ya he dicho anteriormente que esta magnífica fiesta se daba, con ocasión de su marcha de la ópera, en honor a los señores Debienne y Poligny, que habían querido morir, como decimos hoy, a lo grande.

Habían sido ayudados en la realización de este programa ideal y fúnebre por todos aquellos que, por aquel entonces, desempeñaban un papel en la sociedad y las artes de París.

Toda esta gente se había reunido en el foyer de la ópera donde la Sorelli esperaba, con una copa de champán en la mano y un breve discurso preparado en la punta de la lengua, a los directores dimisionarios. Tras ella, sus jóvenes y viejas compañeras del cuerpo de ballet se apretujaban, conversando en voz baja de los acontecimientos del día, y otras haciendo discretas señales de complicidad a sus amigos que en tropel parlanchín rodeaban ya el bufé que había sido levantado sobre el suelo en pendiente, entre la danza guerrera y la danza campestre del señor Boulenger.

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