Era el regreso al colegio. Habían viajado juntos hasta esa estación, en la que empalmaban diversas líneas. En pocos minutos iba a pasar un tren que llevaría a las niñas hacia un colegio, y media hora después otro tren trasladaría a los niños a otro colegio. Esa primera etapa del viaje que realizaron juntos les pareció todavía parte de las vacaciones; pero ahora, cuando se acercaba el momento de separarse y tomar distintos caminos, se convencieron de que realmente las vacaciones habían terminado y de que muy pronto comenzaría otra vez el período escolar. Estaban muy tristes y a ninguno se le ocurría qué decir. Lucía iba al internado por primera vez en su vida.

Era una estación de pueblo, vacía y somnolienta y, fuera de ellos, no había nadie más en el andén. De pronto Lucía lanzó un agudo grito, como si una avispa la hubiera picado.

—¿Qué pasa, Lu...? —preguntó Edmundo. Se interrumpió repentinamente e hizo un ruido como "¡au!".

—¿Qué cosa...? —empezó Pedro, y de pronto también él interrumpió lo que iba a decir y, en cambio, exclamó—: ¡Susana, suéltame! ¿Qué haces? ¿Adónde me arrastras?

—No te he tocado —dijo Susana—. Alguien me empuja a mí. ¡Oh... oh... oh..., basta!

Cada uno advirtió que los rostros de los demás estaban muy pálidos.

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