El Horror de Dunwich

Luego, se interrumpieron los jadeos y el perro alzó la cabeza, emitiendo un prolongado y lúgubre aullido. Un cambio se produjo en la faz amarillenta y chotuna de aquel ser postrado en el suelo al tiempo que sus grandes ojos negros se hundían pasmosamente en sus cavidades. Al otro lado de la ventana, cesó de repente el griterío que armaban los chotacabras, y por encima de los murmullos de la muchedumbre allí congregada se oyó un frenético zumbido y revoloteo. Recortadas contra el trasfondo de la luna podían verse grandes nubes de alados vigías expectantes que alzaban el vuelo y huían de la vista, espantados sólo de ver la presa sobre la que se disponían a lanzarse.

De pronto, el perro dio un brusco respingo, lanzó un aterrador ladrido y se arrojó precipitadamente por la ventana por la que había entrado. Un alarido salió de la expectante multitud, mientras Armitage decía a gritos a los hombres que aguardaban afuera que en tanto llegase la policía o el forense no podrían entrar en la sala. Afortunadamente, las ventanas eran lo suficientemente altas como para que nadie pudiera asomarse; para mayor seguridad, echó las oscuras cortinas con sumo cuidado. Entre tanto, llegaron dos policías, y el Dr. Morgan, que salió a su encuentro al vestíbulo, les instó a que, por su propio bien, aguardasen a entrar en la hedionda sala de lecturas hasta que llegara el forense y pudiera cubrirse el cuerpo del ser allí postrado.

eXTReMe Tracker