En las montañas de la locura
Sólo con enorme vacilación y repugnancia permito a la memoria que vuelva al campamento de Lake y a lo que allí encontramos verdaderamente -y a aquella otra cosa que se encuentra más allá de las montañas de la locura. Siento la constante tentación de rehuir los detalles y dejar que las insinuaciones ocupen el lugar de los hechos y de las inevitables deducciones. Espero haber dicho ya lo suficiente para que se me permita mencionar apresuradamente lo demás, es decir, el horror del campamento. He hablado del terreno devastado por el viento, de los cobertizos dañados, del desorden de la maquinaria, de la inquietud de los perros, de la desaparición de trineos y otros objetos, de la muerte de hombres y perros, de la desaparición de Gedney y de los seis ejemplares biológicos enterrados de forma que dijérase obra de un loco, procedentes de un mundo muerto hacía cuarenta millones de años y con sus tejidos extrañamente incólumes a pesar de todos los daños de la estructura. No recuerdo si he dicho que cuando contamos los cadáveres de los perros advertimos que faltaba uno. No pensamos mucho en ello hasta más tarde -y en realidad solamente lo hemos hecho Danforth y yo.




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