El Príncipe

Un príncipe, pues, que gobierne una plaza fuerte, y a quien el pueblo no odie, no puede ser atacado; pero si lo fuese, el atacante se vería obligado a retirarse sin gloria, porque son tan variables las cosas de este mundo que es imposible que alguien permanezca con sus ejércitos un año sitiando ociosamente una ciudad. Y al que me pregunte si el pueblo tendrá paciencia, y el largo asedio y su propio interés no le harán olvidar al príncipe, contesto que un príncipe poderoso y valiente superará siempre estas dificultades, ya dando esperanzas a sus súbditos de que el mal no durará mucho, ya infundiéndoles terror con la amenaza de las vejaciones del enemigo, o ya asegurándose diestramente de los que le parezcan demasiado osados. Añadiremos a esto que es muy probable que el enemigo devaste y saquee la comarca a su llegada, que es cuando los ánimos están mis caldeados y más dispuestos a la defensa; momento propicio para imponerse, porque, pasados algunos días, cuando los ánimos se hayan enfriado, los daños estarán hechos, las desgracias se habrán sufrido y no quedará ya remedio alguno. Los súbditos so unen por ello más estrechamente a su príncipe, como si el haber sido incendiadas sus casas y devastadas sus posesiones en defensa del señor obligará a éste a protegerlos. Está en la naturaleza de los hombres el quedar reconocidos lo mismo por los beneficios que hacen que por los que reciben. De donde, si se considera bien todo, no será difícil a un príncipe sabio mantener firme el ánimo de sus ciudadanos durante el asedio, siempre y cuando no carezcan de víveres ni de medios de la defensa.

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