Ana de las Tejas Verdes

- Decir las oraciones no es lo mismo que rezar – dijo Ana, meditabunda –. Pero voy a imaginarme que soy el viento que sopla en los árboles. Cuando me canse de los árboles, imaginaré que estoy en los helechos, luego volaré hasta el jardín de la señora Lynde y haré danzar las flores; después iré con un gran salto al campo de los tréboles, y más tarde acariciaré el Lago de las Aguas Refulgentes, quebrándolo en pequeños rizos brillantes.

¡Hay tanto campo para la imaginación en el viento! De manera que ya no hablaré más por ahora, Marilla.

- Gracias al cielo – murmuró la mujer, con devoto alivio.

CAPÍTULO ONCE

La opinión de Ana sobre la escuela dominical

- Bueno, ¿qué te parece? – dijo Marilla. Ana estaba en su cuarto, observando solemnemente tres vestidos nuevos que se hallaban sobre la cama. Uno era de una tela de algodón amarillo que Marilla había comprado el verano anterior a un buhonero, tentada por lo duradera que parecía; otro, de raso a cuadros blancos y negros, tela que había obtenido en un tenducho de compra y venta en el invierno; y el tercero, estampado en un feo azul que había adquirido aquella semana en un negocio de Carmody.

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