Ana de las Tejas Verdes

Sé por triste experiencia cuánto duelen esas cosas. Después del té, Diana y yo hicimos caramelo. Lo que salió no estaba muy bueno, supongo que porque ni Diana ni yo habíamos hecho antes. Diana me dejó removerlo mientras ella enmantecaba las fuentes; yo me olvidé y lo dejé quemar, y cuando lo dejamos secar al aire, el gato pasó por encima de una fuente y hubo que tirarla. Pero hacerlo fue divertidísimo. Cuando volvía a casa, la señora Barry me pidió que fuera cuantas veces pudiera, y Diana me echaba besos desde la ventana. Le aseguro, Marilla, que esta noche tengo ganas de rezar y que voy a pensar una nueva oración especialmente para el acontecimiento.

CAPÍTULO DIECINUEVE

Un festival, una catástrofe y una confesión

- Marilla, ¿puedo ir a ver a Diana un minuto? – preguntó Ana, bajando sin aliento de la buhardilla un atardecer de febrero.

- No veo qué necesidad tienes de salir después de oscurecer – dijo Marilla bruscamente –.

Diana y tú habéis vuelto juntas de la escuela y luego os habéis quedado en la nieve durante media hora más charlando sin cesar. De modo que no veo qué razón tienes para verla otra vez.

- Pero es que ella quiere verme – rogó Ana –. Tiene algo importante que decirme.

- ¿Cómo lo sabes?.

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