Ana de las Tejas Verdes

- Todo cuanto espero es que sepas comportarte. Estaré muy contenta cuando todo ese torbellino haya terminado y te puedas tranquilizar. En estos momentos no sirves para nada, con la cabeza llena de diálogos, quejidos y cuadros vivos. En lo que se refiere a tu lengua, es una maravilla que no se te gaste.

Ana suspiró y se trasladó a la huerta, sobre la cual brillaba la luna creciente a través de las desnudas ramas de los álamos, en un cielo verde manzana, y donde Matthew cortaba astillas.

Ana cabalgó sobre un tronco y comentó el concierto con él, segura de tener un interlocutor apreciativo por lo menos esta vez.

- Bueno, creo que será un concierto bastante bueno. Y espero que hagas bien tu parte –

dijo éste sonriendo. Ana le devolvió la sonrisa. Eran grandes amigos y Matthew agradecía a menudo no tener nada que ver con la crianza de la niña. Ésa era tarea exclusiva de Marilla; de haber sido suya, más de una vez hubieran entrado en conflicto sus inclinaciones y su deber. Tal como estaban las cosas, se hallaba libre para “echar a perder a Ana”, como decía Marilla, tanto como deseara. Pero no era una disposición tan mala de las cosas; un poquito de “aprecio” de vez en cuando hace casi tanto bien como la más consciente crianza del mundo.

CAPÍTULO VEINTICINCO

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