Ana de las Tejas Verdes

- ¿Oh, de verdad lo crees? – exclamó Ana, enrojeciendo de placer –. Algunas veces lo pensé pero no me atreví a preguntar a nadie por miedo a que me dijeran que no. ¿Te parece que ahora se le puede llamar castaño, Diana?

- Sí, y creo que es realmente bonito – respondió la niña, contemplando admirada los rizos cortos y sedosos que aureolaban la cabeza de Ana, mantenidos en su lugar por una cinta y un lazo de terciopelo muy vistoso.

Se hallaban de pie sobre la margen de la laguna, más abajo de “La Cuesta del Huerto”, desde donde se extendía un pequeño promontorio bordeado de abedules; en el extremo había una pequeña plataforma de madera que entraba en el agua, para conveniencia de pescadores y cazadores de patos. Ruby y Jane pasaban la tarde de verano con Diana, y Ana había ido a jugar con ellas.






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