Ana de las Tejas Verdes

- Lo es – contestó Marilla –, y ahora es sensata y digna de confianza. Antes temía que no se curara de sus yerros; pero no ha sido así y ya no temo confiarle nada.

- Aquel día, tres años atrás, no se me hubiera ocurrido pensar que resultaría así. ¡Nunca olvidaré su terrible reacción! Cuando volví a casa, le dije a Thomas: “Toma nota, Thomas, Marilla Cuthbert se arrepentirá toda su vida del paso que ha dado”. Pero me equivoqué, y me alegro. No soy de esas que nunca reconocen el error. No, ésa nunca fue mi costumbre, gracias a Dios. Cometí un error con Ana, pero no era de extrañar, pues nunca había visto una criatura más singular, eso es. No había modo de criarla con las reglas aptas para los demás niños. Es maravilloso cuánto ha mejorado en todos estos años, especialmente en apariencia. Será una hermosa muchacha, aunque yo no sea partidaria del tipo de tez pálida y grandes ojos. Me gustan más rollizas y rosadas, como Diana Barry o Ruby Gillis. Ésta sí que es guapa. Pero hay algo, no sé qué es, que las hace parecer vulgares cuando están con Ana, aunque ésta no sea tan hermosa; es como si pusiéramos un narciso junto a las grandes peonías, eso es.

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

Donde el arroyo y el río se encuentran

eXTReMe Tracker