Ana de las Tejas Verdes

Con un suspiro de embeleso quedó en silencio. Matthew se revolvió incómodo. Estaba contento de que fuera Marilla y no él quien debiera decir a aquella niña abandonada que el hogar que ansiaba no sería suyo. Cruzaron Lynde’s Hollow, donde estaba ya bastante oscuro, pero no lo suficiente como para que la señora Rachel no la viera desde su ventana, y subieron la colina hasta el largo sendero que iba a “Tejas Verdes”. Al llegar a la casa, Matthew temblaba ante la cercana revelación, con una energía que no comprendía. No pensaba en Marilla ni en sí mismo, ni en las molestias que derivarían de aquel error, sino en la desilusión de la niña. Cuando pensó que se borraría de sus ojos aquella extasiada luz, tuvo la incómoda sensación de tener que asistir a un asesinato; un sentimiento parecido al que le sobrevenía cuando debía matar un carnero, un ternero o cualquier otra inocente criatura.

El patio estaba bastante oscuro cuando entraron, y las hojas de los árboles rumoreaban en derredor.

- Escuche a los árboles hablar en sueños – murmuró la niña mientras él bajaba –. ¡Qué sueños más hermosos deben tener!.

Entonces, sujetando fuertemente la maleta que contenía “todos sus bienes terrenales”, le siguió dentro de la casa.

CAPÍTULO TRES

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