El naufragio del Titán

CAPÍTULO III

Cuando el reloj dio la medianoche, se encontraron con una violenta borrasca que soplaba desde el noreste y que, sumada a la velocidad del barco, formaba sobre cubierta una corriente de viento frío muy desagradable. El mar de proa, agitado al compararlo con su gran longitud, dio al Titán sucesivas embestidas seguidas de temblores que se sumaron a las continuas vibraciones de las máquinas, cada una de las cuales envió a la jarcia nubes de espeso vapor que llegaron hasta la cofa de vigía y golpearon las ventanas de la cabina del piloto con un bombardeo líquido que habría roto un cristal común y corriente. Un banco de niebla, en el que el barco se había engolfado por la tarde, seguía envolviéndolo, húmedo e impenetrable, y el poderoso crucero acometió con la misma velocidad el gris y huidizo muro que tenía enfrente, con dos oficiales de cubierta y tres vigías aguzando la vista y el oído, atentos a cualquier incidencia.





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