El naufragio del Titán

CAPÍTULO IV

El vigía de cofa, veinte metros por encima de cubierta, había visto todos los detalles del desastre, desde que divisara las velas del infortunado barco entre la niebla hasta que sus compañeros limpiaron el último rastro del accidente. Cuando fue relevado a los cuatro toques de campana, bajó con tan poca fuerza en sus extremidades como lo permitía la seguridad en la jarcia. El contramaestre se encontró con él en la barandilla.

—Rowland, notifique su relevo y preséntese en la sala de derrota —dijo.

En el puente, mientras daba el nombre de su relevo, el primer oficial le apretó la mano y repitió la orden del contramaestre. En la sala de derrota vio al capitán del Titán, pálido y agitado, sentado junto a una mesa y, a su alrededor, a toda la guardia de cubierta, excepto los oficiales, vigías y timoneles. Allí estaban los vigías de cabina y algunos de los de cubierta, entre los que había fogoneros y paleros de calderas, así como algunos ociosos lampareros, pañoleros y carniceros que, al dormir en la proa, se habían despertado por el terrible golpe del enorme cuchillo en el que vivían.

Tres carpinteros estaban de pie junto a la puerta, sosteniendo varillas de sondeo que acababan de enseñar al capitán… secas. En todos los rostros, del capitán hacia abajo, se advertía una mirada de horror y expectación. Un suboficial entró tras Rowland y dijo:

eXTReMe Tracker