Amigos míos, han llegado unas palabras de mofa hasta vuestro amigo: «¡Ved a Zaratustra! ¿No camina entre nosotros como si fuésemos animales?».
Pero está mejor dicho así: «¡El que conoce camina entre los hombres como entre animales que son!».
Mas, para el que conoce, el hombre mismo se llama: el animal que tiene mejillas rojas.
¿Cómo le ha ocurrido eso? ¿No es porque ha tenido que avergonzarse con demasiada frecuencia?
¡Oh, amigos míos! Así habla el que conoce: Vergüenza, vergüenza, vergüenza – ¡ésa es la historia del hombre!
Y por ello el noble se ordena a sí mismo no causar vergüenza: se exige a sí mismo tener pudor ante todo lo que sufre.
En verdad, yo no soporto a ésos, a los misericordiosos que son bienaventurados en su compasión[156]: les falta demasiado el pudor.
Si tengo que ser compasivo, no quiero, sin embargo, ser llamado así; y si lo soy, entonces prefiero serlo desde lejos.
Con gusto escondo también la cabeza y me marcho de allí antes de ser reconocido: ¡y así os mando obrar a vosotros, amigos míos!