Así habló Zaratustra

El discípulo respondió: «Yo creo en Zaratustra». Mas Zaratustra movió la cabeza y sonrió.

La fe no me hace bienaventurado[226], dijo, y mucho menos, la fe en mí.

Pero en el supuesto de que alguien dijera con toda seriedad que los poetas mienten demasiado: tiene razón, – nosotros mentimos demasiado.

Nosotros sabemos también demasiado poco y aprendemos mal: por ello tenemos que mentir.

¿Y quién de entre nosotros los poetas no ha adulterado su propio vino? Más de una venenosa mixtura ha sido fabricada en nuestras bodegas, y más de una cosa indescriptible se ha hecho en ellas[227].

Y como nosotros sabemos poco, nos gustan mucho los pobres de espíritu, ¡especialmente si son mujercillas jóvenes!

Hasta codiciamos las cosas que las viejecillas se cuentan por las noches. A eso lo llamamos lo eterno-femenino[228] que hay en nosotros.

Y como si hubiese un especial acceso secreto al saber, que queda obstruido para quienes aprenden algo: así nosotros creemos en el pueblo y en su «sabiduría».

Y todos los poetas creen esto: que quien, tendido en la hierba o en repechos solitarios, aguza los oídos, ése llega a saber algo de las cosas que se encuentran entre el cielo y la tierra.

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