¿Qué me ha ocurrido, amigos míos? Me veis trastornado, acuciado, dócil a pesar mío, dispuesto a marchar – ¡ay, a alejarme de vosotros!
Sí, una vez más tiene Zaratustra que volver a su soledad: ¡pero esta vez el oso vuelve de mala gana a su caverna!
¿Qué me ha ocurrido? ¿Quién me lo ordena? – Ay, mi irritada señora lo quiere así, me ha hablado: ¿os he dicho ya alguna vez su nombre?
Ayer al atardecer me habló mi hora más silenciosa: ése es el nombre de mi terrible señora.
Y esto es lo que ocurrió, – ¡pues tengo que deciros todo, para que vuestro corazón no se endurezca[269] contra el que se va de repente!
¿Conocéis el terror del que se adormece? –
Hasta las puntas de los pies tiembla, debido a que el suelo le falla y los sueños comienzan.
Ésta es la parábola que os digo. Ayer, en la hora más silenciosa, el suelo me falló: comenzaron los sueños.
La aguja avanzaba, el reloj de mi vida tomaba aliento jamás había oído yo tal silencio a mi alrededor: de modo que mi corazón sintió terror.
Entonces algo me habló sin voz[270]: «¿Lo sabes, Zaratustra?».