Así habló Zaratustra

El caminante

Fue alrededor de la medianoche cuando Zaratustra emprendió su camino sobre la cresta de la isla para llegar de madrugada a la otra orilla: pues en aquel lugar quería embarcarse. Había allí, en efecto, una buena rada, en la cual gustaban echar el ancla incluso barcos extranjeros; éstos recogían a algunos que querían dejar las islas afortunadas y atravesar el mar. Mientras Zaratustra iba subiendo la montaña pensaba en las muchas caminatas solitarias que había realizado desde su juventud y en las muchas montañas y crestas y cimas a que había ascendido.

Yo soy un caminante y un escalador de montañas, decía a su corazón no me gustan las llanuras, y parece que no puedo estarme sentado tranquilo largo tiempo.

Y sea cual sea mi destino, sean cuales sean las vivencias que aún haya yo de experimentar, – siempre habrá en ello un caminar y un escalar montañas: en última instancia uno no tiene vivencias más que de sí mismo[277].

Pasó ya el tiempo en que era lícito que a mí me sobrevinieran acontecimientos casuales; ¡y qué podría ocurrirme todavía que no fuera ya algo mío!

Lo único que hace es retornar, por fin vuelve a casa – mi propio sí-mismo y cuanto de él estuvo largo tiempo en tierra extraña y disperso entre todas las cosas y acontecimientos casuales.

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