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Una mañana, no mucho tiempo después de su regreso a la caverna, Zaratustra saltó de su lecho como un loco, gritó con voz terrible e hizo gestos como si en el lecho yaciese todavÃa alguien que no quisiera levantarse de allÃ; y tanto resonó la voz de Zaratustra que sus animales acudieron asustados, y de todas las cavernas y escondrijos que estaban próximos a la caverna de Zaratustra escaparon todos los animales, – volando, revoloteando, arrastrándose, saltando, según que les hubiesen tocado en suerte patas o alas. Y Zaratustra dijo estas palabras:
¡Sube, pensamiento abismal, de mi profundidad! Yo soy tu gallo y tu crepúsculo matutino, gusano adormilado: ¡arriba!, ¡arriba! ¡Mi voz debe desvelarte ya con su canto de gallo!
¡Desátate las ataduras de tus oÃdos: escucha! ¡Pues yo quiero oÃrte! ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Aquà hay truenos bastantes para que también los sepulcros aprendan a escuchar!
¡Y borra de tus ojos el sueño y toda imbecilidad, toda ceguera! Óyeme también con tus ojos: mi voz es una medicina incluso para ciegos de nacimiento.
Y una vez que te hayas despertado deberás permanecer eternamente despierto. No es mi hábito despertar del sueño a tatarabuelas para decirles – ¡que sigan durmiendo![414]