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«En tus ojos he mirado hace un momento, oh vida[429]: oro he visto centellear en tus nocturnos ojos, – mi corazón se quedó paralizado ante esa voluptuosidad:
– ¡una barca de oro he visto centellear sobre aguas nocturnas, una balanceante barca de oro que se hundía, bebía agua, tornaba a hacer señas!
A mi pie, furioso de bailar, lanzaste una mirada, una balanceante mirada que reía, preguntaba, derretía:
Sólo dos veces agitaste tus castañuelas con pequeñas manos – entonces se balanceó ya mi pie con furia de bailar.
Mis talones se irguieron, los dedos de mis pies escuchaban para comprenderte: lleva, en efecto, quien baila sus oídos – ¡en los dedos de sus pies!
Hacia ti di un salto: tú retrocediste huyendo de él; ¡y hacia mí lanzó llamas la lengua de tus flotantes cabellos fugitivos!
Di un salto apartándome de ti y de tus serpientes: entonces tú te detuviste, medio vuelta, los ojos llenos de deseo.
Con miradas sinuosas – me enseñas senderos sinuosos; en ellos mi pie aprende – ¡astucias!
Te temo cercana, te amo lejana; tu huida me atrae, tu buscar me hace detenerme: – yo sufro, ¡mas qué no he sufrido con gusto por ti!