1984

-Precisamente el que andaba yo buscando --dijo una voz a espaldas de Winston. Éste se volvió. Era su amigo Syme, que trabajaba en el Departamento de Investigaciones. Quizás no fuera «amigo» la palabra adecuada. Ya no había amigos, sino camaradas. Pero persistía una diferencia: unos camaradas eran más agradables que otros. Syme era filósofo, especializado en neolengua. Desde luego, pertenecía al inmenso grupo de expertos dedicados a redactar la onceava edición del Diccionario de Neolengua. Era más pequeño que Winston, con cabello negro y sus ojos saltones, a la vez tristes y burlones, que parecían buscar continuamente algo dentro de su interlocutor.

-Quería preguntarte si tienes hojas de afeitar -dijo.

-¡Ni una! -dijo Winston con una precipitación culpable-. He tratado de encontrarlas por todas partes, pero ya no hay.

Todos buscaban hojas de afeitar. La verdad era que Winston guárdaba en su casa dos sin estrenar. Durante los meses pasados hubo una gran escasez de hojas. Siempre fal taba algún artículo necesario que en las tiendas del Partido no podían proporcionar; unas veces, botones;. otras, hilo de coser; a veces, cordones para los zapatos, y ahora faltaban cuchillas de afeitar. Era imposible adquirirlas a no ser que se buscaran furtivamente en el mercado «libre».

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