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LIBRO II

Una vez conquistada la presa, hay que mantenerla

Decid «io, Peán»[1] y decidlo dos veces «io, Peán», porque la presa codiciada ha caído en mis redes. Satisfecho el amante premia mis versos con una palma verde, poniéndolos por delante de los que el anciano de Ascra[2] y el de Meonia[3] escribieron. Con igual 5contento el huésped hijo de Príamo dio velas blancas al viento partiendo de la armífera Amidas con una esposa raptada[4]. Así de contento estaba aquel que te llevaba en su carro victorioso, ¡oh Hipodamía!, que viajaste sobre ruedas extranjeras[5]. ¿Por qué te apresuras, joven? Tu barquichuela de pino navega en medio de las olas y el puerto 10al que me dirijo queda lejos todavía[6]. No basta con que la joven haya llegado hasta ti gracias a mi poesía: con mi arte la cautivaste, con mi arte debes mantenerla. Y no es menor mérito que el de buscar el de conservar lo que se ha conseguido: en aquello interviene el azar, pero esto será obra del arte.





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