Terremoto
La satisfacción de don Gaspar Noroña al escuchar que su sobrino Pedro aprobaba sin dificultad alguna las cuentas de la tutela, en las cuales bien podÃa un observador minucioso e impertinente encontrar reparos a docenas y hasta a cientos, tuvo de allà a pocas horas contrapeso cruel.
Hallábase precisamente el Duque en un momento feliz. La entrevista con Pedro le habÃa quitado de encima el peso de un recelo fundado; y sea por efecto de la grata impresión o por mera virtud natural, sentÃase aliviado de sus achaques y dolencias, ágil y de buen humor, lo mismo que cuatro o seis años antes. Maligna satisfacción le hacÃa sonreÃrse a solas, pensando en el chasco de la vÃspera, más bien adivinado que conocido por las frases embozadas y desabridas de Mauricio y las desenfadadas indicaciones de la propia Bernarda. No habÃa sabido el Duque perdonar a su primogénito la mala elección de esposa, y cada hora de sufrimiento del hijo era para el padre silencioso desquite. «Él se lo ha querido. Peor para él», repetÃa frotándose las manos y probando con un paseo alrededor del despacho la sanidad de sus piernas, libres del hormigueo y de la pesadez gotosa.