Leer online El Niño de Guzmán

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- IV -

Regreso de las contrabandistas

La conmemoración del augusto muerto cerró la discusión sobre el Niño, y otra cuestión más actual volvió a agitarse. Los ojos de Mauricio seguían clavados en la esfera del reloj, y no ciertamente por admirar sus auténticas cinceladuras del Imperio. Marcaba las dos y diez y ocho… Y Borromeo, sintiendo renovarse el prurito de atormentar, antes calmado por su efusión al hablar del primo Pedro, insinuó como al descuido:

—Pero, Mauricio, ¿qué le pasará a tu señora? ¿Rusia y otras potencias extranjeras la tendrán cautiva en Biarritz?

—No seas plomo —respondió alzando los hombros el mayor—. Ya poco tardará tu futura, tu Gelita. Nadie te la roba…

—Y si alguien quisiese robármela —replicó Borromeo—, no creas que perdería horas en tirar al blanco… ¿Sabe usted, Tranquilo, un hecho curioso? En las salas de tiro suelen comparar cartones… Y el record pertenece, no a los galanes buscarruidos, sino a los maridos celosos.

Mauricio crispó los labios, contrajo la frente. El ataque era directo. Aún creía percibir el olorcillo a pólvora quemada de que impregnan la ropa los ejercicios a que había dedicado hora y media, según reciente costumbre… El despecho le dictó una réplica brutal.

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