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- V -

La opinión de las trufas

Al salir del hotel Colmenar y don Servando, el político de fuste y el agente subalterno, anverso y reverso de la medalla española, comentaron a su sabor, con libertad y malicia —según piadosa costumbre social—, no solo la actitud de la pareja Lobatilla, sino el estado presente de la egregia casa donde acababan de refocilarse. Serían próximamente las tres y media, y a tales horas, en una ciudad como San Sebastián, no es fácil encontrar empleo al tiempo; pero Tranquilo, que no olvidaba los consejos de su médico Sánchez del Abrojo y tenía particular interés en conservarse como una manzana, propuso al gentilhombre un paseíto higiénico, cara a Miramar. Aceptó el palaciego, y pegaron la hebra, don Servando con optimistas apreciaciones, Colmenar con ensañamiento —lo cual se explica teniendo en cuenta que este último es dispépsico, y don Servando, con tal que la comida sea fina y selecta, goza de una beata digestión.

—Le digo a usted que viven de milagro, que están arruinados, que todo eso pega cualquier día un estallido —repetía con acre fruición Colmenar—. ¡Nuestra aristocracia! Vanistorio y tronitis… Nada, uno menos.

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