Leer online El Niño de Guzmán

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- VI -

Los porqués de Arcángela

Sola en su cuarto, Rafaela Seriñó fue a sentarse junto a la ventana, desde donde se veía la graciosa ensenada y el enhiesto y pintoresco monte que la cierra, frente a la cortadura de la Concha. Su mirada, al fijarse en un cuadro tan conocido que ya no la impresionaba por hermoso, tenía la vaguedad y la abstracción del que contempla dentro de sí mismo. Y, efectivamente, el alma de Rafaela ofrecía entonces, para la propia Rafaela, algo en qué recrearse, más bello que ningún paisaje, aunque lo bañase la luz entre rosada y cenicienta de una tarde tan dulce, que siendo todavía de verano, parecía de otoño.

Apoyando la cabeza en el respaldo de la mecedora, cruzando las manos como para sujetarse el corazón, Rafaela decía entre sí: «De esta vez… me parece que se ha roto el hielo». Y el descubrimiento del vasto mundo sentimental, que suele causar sobresalto, en Rafaela solo determinaba, en aquel instante, infinita alegría. ¿No deseaba el momento desde hacía seis años? ¿No solía creer casi imposible que se produjese en ella el misterio divino?

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