El destino
Estos pujos de romanticismo con que venÃa a España Pedro, le impulsaron a no fijar dÃa de llegada, a no avisar a nadie —ni a aquel primo Carlos Borromeo, con quien sostenÃa activa correspondencia, y a quien debÃa comunicación intelectual y cariñosa de que la muerte de O’Neal por algún tiempo le habÃa privado—. Disfrutaba misterioso goce pensando que llegarÃa a San Sebastián como a paÃs extranjero, y que asÃ, de incógnito, penetrarÃa en el Casino, dejando en la estación su malaventurado equipaje, primer piedra en que habÃa tropezado, primer causa de desilusión. Puede ser que entre la concurrencia se encontrase Borromeo… RozarÃa su traje, y no le conocerÃa.