Ifigenia

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CAPÍTULO I

Después de dormir profundamente durante largos meses, una mañana, del fondo de un armario, entre laxos, encajes y telas viejas, se ha despertado de golpe la verbosidad literaria de María Eugenia Alonso. Hela aquí restregándose los ojos todavía.

HACE COMO COSA DE DOS AÑOS, yo tenía la costumbre de escribir mis impresiones. Pero dicha costumbre me duró tan sólo algunos meses, pues en un momento dado, sin saber por qué ni cómo, la encontré necia, ridícula, fastidiosísima, me dije que era una gran tontería escribirse cosas a sí mismo, y sin más ni más, en un día de actividad, tomé las cuartillas escritas, hice con ellas un gran paquete, lo envolví en un periódico, y luego de atarlo con una cinta de hiladilla blanca, lo escondí en el doble fondo de mi armario de luna donde nadie pudiese hallarlo nunca.

Como ayer me encontraba en otro día de actividad resolví arreglar a fondo mi armario de luna. Pasé un largo rato descosiendo encajes, doblando cintas; puse a un lado todos los vestidos que ya no uso, y que dividí en lotes para regalarlos a las sirvientas, y cuando más rodeada me hallaba de cajas, lazos, pañuelos y ropa vieja, se me ocurrió abrir el doble fondo del armario, vislumbré el paquete enterrado desde hace dos años bajo su cinta blanca; lo tomé, lo abrí, y por aquí, y por allá, comencé a leer al azar las borroneadas cuartillas.


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