Ifigenia

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CAPÍTULO V

En la noche del jueves al viernes

HOY HE TENIDO dos grandísimos disgustos. El uno por causa involuntaria de la pobre Abuelita. El otro por causa muy voluntaria de Gabriel. Él dice que no. Jura y perjura que fue involuntariamente. Yo no lo creo. No, ¡no lo creo! Pero… ¿y si tuviera razón Gabriel?… Estas cosas… ¿podrán de veras ocurrir así… de repente… involuntariamente?… porque entonces, pues… ¡no sería culpa suya, pobre Gabriel!

¡Ah! qué cierto es lo que dice Gregoria, cuando expone sus doctrinas fatalistas y explica: «Aquello que va a venir echa a andar y a andar, y llega con sus pasos contados, aunque se le saque el cuerpo, cuando uno menos lo espera». Sí; es cierto. ¡Gregoria tiene razón!

Y es que esta mañana Gabriel y yo no hemos estado solos como ocurrió ayer, y como yo temía muchísimo que pudiese ocurrir hoy. No. Gabriel y yo, durante la mañana, no hemos estado solos ni un instante, porque la enfermera regresó muy temprano, y luego de dar excusas y más excusas por haberse ido ayer, no se apartó de nosotros un segundo en ausencia de tía Clara. Recuerdo que Gabriel, mientras la enfermera se disculpaba, la veía muy fijamente con muchísima rabia, y como es tan fea, sin dejar que acabase las explicaciones, le volvió la espalda y me dijo entre dientes:


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