Espero que ninguno de ustedes haya reído al escuchar la lista de nuestros nombres, lista incompleta puesto que en el momento histórico a que me refiero no se había terminado todavía. Reírse de nuestros nombres por muy risibles que sean indicaría poco espíritu de adaptación. Es cierto que a nosotras casi nunca nos quedaron buenos, pero en cambio a Mamá, nacida por el año 1831 le quedaban todos ellos como si fueran encajes o lazos de cinta, y se contemplaba después a cada rato llena de satisfacción. Porque Mamá era bonita, Mamá era presumidísima y con permiso de ustedes, señores clásicos simbolistas y futuristas, Mamá era una romántica avanzada de la más pura estirpe. Le encantaban las flores artificiales, el terciopelo, aunque hiciera calor, el crujido de la seda, y cualquier libro, prosa o verso, en donde las metáforas se ahuecaran unas tras otras muy ordenadamente, como se ahuecan los borreguitos de nube en cielos azules del verano. Casi lloraba de nostalgia y de melancolía al recitar aquello de:
Cuánto amor, Adela mía
aquí un día
me juraste y te juré…