Cuentos de amor de locura y de muerte

Capítulo 12 Los pescadores de vigas

El motivo fue ciertos muebles de comedor que míster Hall no tenía aún, y su fonógrafo le sirvió de anzuelo.

Candiyú lo vio en la oficina provisoria de la «Yerba Company», donde míster Hall maniobraba su fonógrafo a puerta abierta.

Candiyú, como buen indígena, no manifestó sorpresa alguna, contentándose con detener su caballo un poco al través ante el chorro de luz, y mirar a otra parte. Pero como un inglés a la caída de la noche, en mangas de camisa por el calor y con una botella de whisky al lado, es cien veces más circunspecto que cualquier mestizo, míster Hall no levantó la vista del disco. Con lo que vencido y conquistado, Candiyú concluyó por arrimar su caballo a la puerta, en cuyo umbral apoyó el codo.

–Buenas noches, patrón. ¡Linda música!

–Sí, linda –repuso míster Hall.

–¡Linda! –repitió el otro– ¡Cuánto ruido!

–Sí, mucho ruido –asintió míster Hall, que hallaba sin duda oportunas las observaciones de su visitante.

Candiyú proseguía entre tanto:

–¿Te costó mucho a usted, patrón?

–Costó… ¿Qué?

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