Ninguna época de mayor alegrÃa que la que nos proporcionó a MarÃa y a mÃ, nuestra tÃa con su muerte.
LucÃa volvÃa de Buenos Aires, donde habÃa pasado tres meses. Esa noche, cuando nos acostábamos, oÃmos que LucÃa decÃa a mamá:
–¡Qué extraño…! Tengo las cejas hinchadas.
Mamá examinó seguramente las cejas de nuestra tÃa, pues después de un rato contestó:
–Es cierto… ¿No sientes nada?
–No… Sueño.
Al dÃa siguiente, hacia las dos de la tarde, notamos de pronto fuerte agitación en casa, puertas que se abrÃan y no se cerraban, diálogos cortados de exclamaciones, y semblantes asustados. LucÃa tenÃa viruela, y de cierta especie hemorrágica que habÃa adquirido en Buenos Aires.