Cuentos de amor de locura y de muerte

–Final de idilio –me dije melancólicamente.

El no volvió más, y el palco quedó vacío.

–Sí, se repiten –sacudió largo rato la cabeza–. Todas las situaciones dramáticas pueden repetirse, aún las más inverosímiles, y se repiten. Es menester vivir, y usted es muy muchacho… Y las de su Tristán también, lo que no obsta para que haya allí el más sostenido alarido de pasión que haya gritado alma humana… Yo quiero tanto como usted a esa obra, y acaso más… No me refiero, querrá creer, al drama de Tristán, y con él las treinta y seis situaciones del dogma, fuera de las cuales todas son repeticiones. No; la escena que vuelve como una pesadilla, los personajes que sufren la alucinación de una dicha muerta, es otra cosa… Usted asistió al preludio de una de esas repeticiones… Sí, ya sé que se acuerda… No nos conocíamos con usted entonces… ¡Y… precisamente a usted debía de hablarle de esto! Pero juzga mal lo que vio y creyó un acto mío feliz… ¡Feliz!…


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