El olor a sudor y hierro llenaba el aire del campo de entrenamiento. Violet apenas había terminado de cruzar el parapeto cuando el Cuadrante de Jinetes reveló su verdadera cara: una mezcla de caos, violencia y la fría indiferencia de los instructores. El capitán Fen Riorson, hermano mayor de Xaden, era un hombre cuya presencia parecía absorber la luz. Sus ojos eran como cuchillas, diseccionando a los reclutas con cada mirada.
—Escuchen bien, reclutas —tronó su voz, cortando el murmullo del grupo—. Este no es un lugar para los débiles ni los estúpidos. No me importa quiénes eran antes de llegar aquí. Para los dragones, ustedes son prescindibles.
El peso de esas palabras golpeó a Violet. No había compasión en el Cuadrante. No había margen para errores.
El primer día estaba dedicado a las pruebas físicas, diseñadas no solo para medir la fuerza y resistencia de los reclutas, sino también para humillarlos. Las espadas de práctica y los combates mano a mano no eran simulaciones; eran batallas reales, donde los huesos se rompían y la sangre salpicaba el suelo de piedra.
—Sorrengail —gritó el capitán, apuntándola con un dedo—. Al frente.