El rugido atronador llenó el valle de la Trilla mientras los dragones descendían como sombras vivientes desde las alturas. Sus alas enormes proyectaban un manto de oscuridad sobre el terreno, y su presencia era tan imponente que incluso los reclutas más fuertes retrocedieron instintivamente. Violet Sorrengail estaba entre ellos, con el corazón martillando como un tambor de guerra. Este era el día: el momento en que los dragones elegían... o destruían.
El parapeto que Violet había cruzado días atrás ahora parecía un recuerdo lejano, pero la amenaza que enfrentaba hoy era mucho más tangible. Los dragones no eran leyendas, sino criaturas que te examinaban con ojos brillantes y calculadores. Uno solo de ellos podía decidir si eras digno o si eras ceniza.
—Recuerden, no intenten acercarse a un dragón sin su permiso —gritó el capitán Fen Riorson, su voz resonando por encima del estruendo—. Si lo hacen, se asegurarán una muerte rápida y dolorosa.
Los reclutas se alinearon, formando un semicírculo irregular. Violet estaba al final, tratando de no llamar la atención mientras sus pensamientos se enredaban en un caos de miedo e incredulidad. Podía sentir el calor de las criaturas incluso a la distancia. Cada paso hacia ellos parecía un desafío a la misma muerte.