Esa noche, mientras Violet miraba las estrellas desde la pequeña ventana, entendió que su vida ya no era suya. Ahora pertenecía a algo más grande, algo que quemaba como fuego en su pecho. Y aunque el miedo seguía allí, junto a él crecía algo más poderoso: la determinación.
La luz del amanecer se filtraba a través de las montañas que rodeaban el Colegio Basgiath, pintando los picos con un brillo ardiente. Pero esa belleza contrastaba con el caos que se gestaba en el valle. Violet Sorrengail estaba en pie, rodeada por sus compañeros de cuadrante, mientras el sonido de los tambores de guerra retumbaba en el aire. Hoy no había entrenamiento ni pruebas; hoy era una batalla real.
—El enemigo ha cruzado nuestras fronteras —anunció el capitán Fen Riorson, su voz firme como un muro de piedra—. No hay margen para el error. Algunos de ustedes no regresarán, pero recuerden: cada acción que tomen aquí será juzgada no solo por nosotros, sino por sus dragones. Ellos no toleran la cobardía.