Porque no había vuelta atrás.
El rugido de los dragones retumbaba como un eco antiguo mientras el viento frío cortaba el aire del valle de la Trilla. Miles de reclutas se alineaban a lo largo del parapeto, una estrecha franja de piedra que se elevaba a cientos de metros del suelo. El cielo, pesado con nubes oscuras, parecía observarlos con indiferencia. Violet Sorrengail se encontró entre ellos, con la mochila apretada contra sus hombros y el corazón martillándole en el pecho.
El Cuadrante de Jinetes no daba tregua ni bienvenida. Los débiles no duraban ni una hora.
—Es un suicidio —murmuró una chica a su lado, una recluta con ojos llenos de miedo. Pero nadie respondía. Las palabras eran innecesarias cuando la muerte parecía palpable, un espectador silencioso.
Violet repasó los pasos que la habían llevado hasta allí: su madre, el ultimátum, la mirada dura de Mira al despedirse. Y ahora, ese parapeto angosto que debía cruzar bajo la mirada de dragones que no dudaban en incinerar a los indignos. Su cuerpo se sentía como de cristal, frágil y tembloroso, pero no podía detenerse. Si lo hacía, la caída sería rápida y definitiva.