El Corsario Negro

CAPÍTULO II

UNA EXPEDICIÓN AUDAZ

Carmaux se apresuró a obedecer, pues sabía que era peligrosa toda vacilación con el Corsario.

Ante la escotilla le esperaba Wan Stiller en compañía del contramaestre, de la tripulación y de algunos filibusteros, quienes le interrogaban acerca del desgraciado fin del Corsario Rojo y de sus gentes, manifestando propósitos terribles de venganza contra los españoles de Maracaibo y, sobre todo, contra el Gobernador. Cuando el hamburgués supo que había que disponer la canoa para regresar a la costa, de la cual habían podido alejarse precipitada y milagrosamente, no pudo disimular su asombro y sus recelos.

—¡Volver otra vez allá abajo! —exclamó—. ¡Dejaremos allí el pellejo, Carmaux!

—¡Bah! ¡Por esta vez no iremos solos!

—Entonces, ¿quién va a acompañarnos?

—El Corsario Negro.

—¡En ese caso, no temo nada! ¡Ese diablo de hombre vale por cien filibusteros!

—Pero vendrá solo.

—¡No importa, Carmaux; no hay nada que temer con él!

—¿Y volveremos a entrar en Maracaibo?

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