LOS OSOS MALAYOS
Aventurarse otra vez aún en aquellas selvas, y a la hora en que las fieras se ponían a caza, era tentar al destino; pero el temor de volver a caer en manos de Pandaras, que había de enfurecerse por la treta que lo jugó la joven, los forzaba a desafiar todos los demás peligros. Hong, el más intrépido y fuerte, se puso a la cabeza; seguíale Than-Kiu, y cerraban la marcha el chino y el malayo, encargados de proteger la retirada. La selva estaba obscura como boca de lobo, y no permitía avanzar a los fugitivos con la rapidez que deseaban.
Viejos trancos de circunferencia enorme, caídos por vejez o derribados por los rayos, impedíanles a menudo el paso y les obligaban a dar largos rodeos; a veces había necesidad de abrirse paso con los kampilangs cortando las ramas entrelazadas, y muchas, envueltos entre desmesuradas raíces, como en una red, veíanse obligados de una gimnasia rudísima. Hong, furioso por tantos obstáculos, daba desesperados golpes a diestra y siniestra, derribando ramas, lianas y raíces con verdadera rabia; pero, cuando creía haberse abierto paso, veíase obligado a volver a empezar.
Afortunadamente no se hallaban animales, cual si aquella parte del bosque estuviese desierta, lo cual constituía gran suerte para los fugitivos, porque los tiros podían atraer la atención de las chalupas que seguían al velero de Pandaras.