EL ASALTO DE LAS PANTERAS
Than-Kiu y sus compañeros acamparon en la selva, en expectativa de la curaciĂłn de Hong. Pram-Li y Sheu-Kin, despuĂ©s de haber explorado los alrededores para asegurarse de que no habĂa salvajes, construyeron una cabaña bajo la sombra de un árbol colosal, sirviĂ©ndose para ello de ramas gruesas, hojas enormes de plátanos y cuantos materiales les brindaba el bosque; a la choza trasladaron al herido para preservarle del excesivo calor reinante por el dĂa y de la humedad de la noche, que suele ocasionar terribles fiebres.
En tanto que la joven velaba su sueño, los otros salieron en busca de provisiones; escalaron los árboles para coger fruta, y registraron los matorrales para apoderarse de algunos nidos.
Los vĂveres, pues, abundaban en la cabaña. Los cazadores volvĂan siempre con aromáticos plátanos, con deliciosos frutos de mangostán, con enormes duriones —fruta que tiene olor a ajo machacado, pero exquisita como la mejor crema—, o con sabrosos artocarpos —gruesos como la cabeza de un hombre, y que asados sustituyen el pan—. Tampoco dejaban de llevar babirusas, nidos de papagayos y faisanes, hermosos huevos, y alguna que otra vez una tortuga terrestre.