LOS CAZADORES DE CABEZAS
Mientras los mandayas se esparcĂan por las márgenes de la plataforma donde tenĂan acumulada buena provisiĂłn de sĂłlidos y grandes guijarros, que con palos y lanzas de punta endurecida al fuego constituĂan todas sus armas, Hong y sus compañeros miraban atentamente hacia el sitio donde estaba plantada la alta caña de bambĂş que servĂa de escala para llegar al pueblo aĂ©reo, sin poder distinguir a los asaltantes, porque la luna estaba cubierta por densas nubes. PercibĂan, sin embargo, misteriosos susurros y ligeros cuchicheos, como si el bagani, antes de comenzar el ataque, dispusiera sus fuerzas y dictase las Ăşltimas Ăłrdenes a sus gentes.
—¿Serán muchos? —preguntĂł Hong apretando el gatillo de su carabina—. ¡SentirĂa mucho encontrarme sin municiones al terminar la batalla!
—Trataremos de economizarlas —dijo Than-Kiu.
—Siempre resultará que con esta oscuridad se han de perder muchas balas.
—Muy pronto se verá bien —dijo Pram-Li.
—¿Has descubierto algún proyector eléctrico para distinguir a esa canalla?
—No, Hong; pero el bagani encenderá luminarias.
—¿Tratará de asarnos?
—Pegará fuego a los árboles del contorno para obligar a los mandayas a que bajen.