—¿Y qué te importa la doncella blanca?
—¿Crees que podré ver impasible a la que me robó el hombre a quien amé tanto?
—¿Son celos?
—Más que celos, es rencor: peor aún, ¡odio! CreÃa que todo habÃa muerto en mi corazón, y veo que hay en él un furioso sentimiento de venganza hacia esa mujer, que fue causa, aunque involuntaria, de la muerte de Hang-Tu y de todas mis desventuras.
Hong se la quedó mirando y dijo con voz sorda:
—¿Quieres que te vengue? ¡Manda! ¡Soy tu esclavo!
En los ojos de la joven brilló un relámpago.
—¿Quieres que muera esa mujer? ¡Di una palabra, y serás vengada!
—¡No; no quiero hacerle desgraciado, como él me hizo a mÃ!
—¡Más vale asÃ! —dijo el chino respirando—. Te prefiero generosa a vengativa. Pero a él, a Romero, ya no le amas; ¿verdad?
—No, Hong; te lo juro por el alma de mis abuelos. ¡Sólo a ti te amo!
—¡Gracias, mujer! ¡Con esas palabras has salvado la vida a Romero, porque estaba decidido a matarle!