—¡Salud al sultán de Butuán! —gritó irónicamente Hong.
El monarca respondió con una especie de gruñido y saltó a su canoa. Un momento después la flotilla se alejaba rápidamente, desapareciendo tras un promontorio.
—¿Qué te parece? —preguntó el chino a Bunga.
—¡Gracias! ¡Los hombres amarillos son valientes y astutos! —repuso el jefe.
—Pues ahora acompáñanos a donde están los hombres blancos.
—¡Seguidme! ¡Son vuestros!