—¡Teresita! —exclamó con acento sombrÃo.
—Ve a verla antes que a él —le dijo Hong—. Asà le evitarás un acceso de celos que podrÃa serle fatal, dado su estado enfermizo.
—Es cierto; está delicada, enferma. ¡Sea pues: estoy impaciente por verme ante ella!
—¿Quieres que te acompañe?
—No, Hong; quiero estar sola.
—Tienes razón; quizá quieras reprocharle muchas cosas que vale más que yo ignore.
—No, amigo mÃo. Flor de las Perlas sabrá ser generosa. Ahora ya no tengo que lamentar lo pasado, puesto que he ganado un corazón tan noble como el tuyo. ¿Dónde está Teresita?
—SÃgueme —dijo el jefe de los igorrotes, a quien la joven habÃa dirigido la pregunta.
Than-Kiu estrechó la mano de Hong, le tranquilizó con una sonrisa y siguió a Bunga con paso firme, pero bastante pálida. Llegaron ante una cabaña de las últimas, graciosa construcción de bambú que habÃa sido la del jefe, y éste se detuvo diciendo a la joven:
—Entra.