Los Tigres de Mompracem

III. La travesía

Abandonaron el desarbolado junco y volvieron a emprender su camino hacia Labuán. Sandokán encendió un cigarro y llamó a Patán.

—Dime, malayo —le dijo, mirándolo de tal modo que daba miedo—, ¿sabes cómo ha muerto Araña de Mar?

—Sí —respondió Patán, estremeciéndose.

—¿Sabes cuál es tu puesto cuando yo subo al abordaje?

—Detrás de usted.

—Y como tú no estabas, murió Araña en lugar de morir tú.

—Es verdad, capitán.

—Debiera fusilarte por esa falta; pero no me gusta sacrificar a los valientes. Sin embargo, en el primer abordaje te harás matar a la cabeza de mis hombres.

—¡Gracias, Tigre!

—¡Sabau! —llamó en seguida Sandokán—. Como fuiste el primero en saltar al junco detrás de mí, cuando haya muerto Patán tú le sucederás en el mando.

Los barcos navegaron sin encontrar otra nave. La fama siniestra de que gozaba el Tigre se había esparcido por esos mares y muy pocos barcos se aventuraban por ellos.

A eso de la medianoche aparecieron a la vista las tres islas que son los centinelas avanzados de Labuán. Sandokán se paseaba inquieto por el puente. A las tres de la madrugada gritó:

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