Los Tigres de Mompracem

V. Labuán

Un hombre de tal naturaleza, dotado de una fuerza tan prodigiosa, de una energía tan extraordinaria y de un valor tan grande, no podía morir.

Mientras el vapor seguía su carrera, el pirata, por medio de un vigoroso empuje de los talones, volvía a la superficie y se alejaba mar adentro para que no lo alcanzara el espolón del barco enemigo o alguna bala de carabina.

Conteniendo los gemidos que le arrancaba el dolor de su herida, refrenando la rabia que lo devoraba, esperó el oportuno instante para ganar las costas de la isla.

El crucero avanzó hacia el sitio donde se había tirado el pirata, con la esperanza de destrozarlo con las ruedas. Los marineros dirigían a todas partes las luces de sus faroles. Convencidos de la inutilidad de sus pesquisas, se alejaron por fin en dirección de Labuán. Entonces el Tigre dio un grito de furor.

—¡Ya vendrá el día en que les haré sentir lo terrible de mi venganza!

Se puso la faja en la herida para contener la hemorragia, que podía producirle la muerte y, juntando todas sus fuerzas, comenzó a nadar en busca de la costa de la isla.

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