Sandokán esperaba a Yáñez y a sus compañeros situado en lo alto de la escala y al lado de una bellísima jovencita de cutis ligeramente bronceado, facciones dulces y finas, ojos negrísimos y cabello largo y trenzado con cintas de seda. Vestía el traje pintoresco de las mujeres de la India.
Algunos hombres de color aceitunado y con la divisa blanca de la marina de guerra, alumbraban la escala con grandes linternas.
Yáñez, que fue el primero que subió a la toldilla, tendió en seguida una mano al terrible pirata y otra a la joven indostana.
-¿Nada? - preguntó con ansiedad el Tigre de Malasia
-¡Míralos! - respondió Yáñez.
Sandokán profirió un grito y se lanzó hacia Tremal-Naik, mientras que Damna se echaba en los brazos de la joven indostana, exclamando:
-¡Surama!. Creí que no volvería a verte más!
-¡A la cámara, queridos amigos! - dijo Sandokán después de haber abrazado al hindú y de haber besado a Damna en las mejillas -. ¡Tenemos mil cosas que contaros!