—Peor serÃa mantener juntos al bribón y al loco —contestó el bufón— y todavÃa peor al judÃo junto al tocino.
—¡Gracias, amigo mÃo! —exclamó el prÃncipe—. Me place en gran manera. Tú, Isaac, préstame un puñado de besantes.
Cuando el judÃo, sorprendido por la petición y temeroso de no complacerla pese a que no deseaba hacerlo, empezó a hurgar en el saquito de piel que pendÃa de su cinto intentando quizá hacerse una idea acerca de cuántas monedas entran en un puñado, el mismo prÃncipe, impaciente, se inclinó y arrebató la bolsa de las manos de Isaac. Sacó de sus dudas al judÃo, lanzó dos monedas de oro al bufón y prosiguió su galopada por el palenque, abandonando al judÃo a las chanzas de los circundantes. Aquella acción le mereció tantos aplausos como si hubiera llevado a cabo alguna acción honrada y honorable.