Suenan las trompetas, contesta el contrario al bronco desafÃo; al cielo llega el clamor guerrero; las viseras están cerradas y a punto las lanzas, erguido el penacho de la cimera. La liza, atravesada; queda un remanso en medio, una vez abandonada.
JOHN DRYDEN: Palamón y Arcite.
El prÃncipe Juan frenó el corcel a mitad de su carrera y llamando al prior de Jorvaulx, le hizo saber que el requisito principal de la jornada habÃa sido pasado por alto.
—Por mi camisa —dijo—, hemos olvidado, señor prior, nombrar a la reina del amor y de la belleza cuya blanca mano debe otorgar el laurel de la victoria. Yo por mi parte soy liberal y doy mi voto a los negros ojos de Rebeca.
—Virgen santa —contestó el prior entornando los ojos horrorizado—. ¡Una judÃa! MerecerÃamos ser arrojados a pedradas del palenque si tal hiciéramos, y no soy lo suficientemente viejo para ser un buen mártir. Además, puedo jurar por mi santo patrón que su belleza no supera a la de Rowena, la hermosa sajona.
—Sajona o judÃa —contestó el prÃncipe—, judÃa o sajona, perra o marrana, ¡qué importa! Sabed que si nombro a Rebeca es con el exclusivo objeto de mortificar a los miserables sajones.