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VIII

Suenan las trompetas, contesta el contrario al bronco desafío; al cielo llega el clamor guerrero; las viseras están cerradas y a punto las lanzas, erguido el penacho de la cimera. La liza, atravesada; queda un remanso en medio, una vez abandonada.

JOHN DRYDEN: Palamón y Arcite.

El príncipe Juan frenó el corcel a mitad de su carrera y llamando al prior de Jorvaulx, le hizo saber que el requisito principal de la jornada había sido pasado por alto.

—Por mi camisa —dijo—, hemos olvidado, señor prior, nombrar a la reina del amor y de la belleza cuya blanca mano debe otorgar el laurel de la victoria. Yo por mi parte soy liberal y doy mi voto a los negros ojos de Rebeca.

—Virgen santa —contestó el prior entornando los ojos horrorizado—. ¡Una judía! Mereceríamos ser arrojados a pedradas del palenque si tal hiciéramos, y no soy lo suficientemente viejo para ser un buen mártir. Además, puedo jurar por mi santo patrón que su belleza no supera a la de Rowena, la hermosa sajona.

—Sajona o judía —contestó el príncipe—, judía o sajona, perra o marrana, ¡qué importa! Sabed que si nombro a Rebeca es con el exclusivo objeto de mortificar a los miserables sajones.

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