Ivanhoe

Aclamación más sincera y general, como también más merecida, se ganó el vencedor del día. Éste, deseoso de evitar la atención de la gente, aceptó acomodarse en uno de los pabellones que se levantaba a un extremo de la liza, cuyo uso le fue ofrecido cortésmente por los mariscales de campo. Al entrar en su tienda, se dispersaron muchos de los que merodeaban por el palenque para verle y formular conjeturas sobre su identidad.

Los signos y ruidos de una tumultuosa concurrencia de hombres congregados al mismo tiempo y en el mismo lugar hasta muy tarde y todavía agitados por los sucesos ocurridos, eran ahora sustituidos por el distante resonar de voces de los diferentes grupos que se retiraban en todas las direcciones. Después se hizo el silencio. No se oían más ruidos que los que hacían los criados al retirar los cojines y alfombras del graderío con objeto de resguardarlos del relente de la noche; también se disputaban las botellas de vino medio vacías y los restos de la comida que se había servido a los espectadores.

Más allá del recinto cerrado del palenque, se había instalado más de una forja que empezaba a dejar ver las llamas en el crepúsculo. Anunciaban la tarea que esperaba a los armeros durante toda la noche, con objeto de reparar o modificar las armaduras que tenían que ser usadas de nuevo al día siguiente.

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