Ivanhoe

Apenas había concluido su refrigerio, cuando le fue anunciada al caballero la visita de cinco hombres, cada uno de ellos portando un corcel por la brida. El Caballero Desheredado había cambiado su armadura por una vestimenta característica de los de su condición, provista de una capucha que podía ocultar a capricho las facciones de quien la vestía casi tan completamente como la celada del morrión. Sin embargo, la creciente oscuridad hacía inútil tal artimaña de no darse la casualidad que la cara del que deseaba mantenerse en incógnito fuera muy conocida del visitante.

De todos modos, el Caballero Desheredado se refugió en la parte posterior de la tienda, donde esperó a los escuderos de los mantenedores, a los cuales reconoció con facilidad por las libreas pardas y negras que vestían. Cada uno de ellos conducía de la brida el caballo de su amo, cargado con la armadura utilizada aquel día.

—De acuerdo con las reglas de la caballería —dijo el primero de los recién llegados—, yo, Baldwin de Oyley, escudero del renombrado caballero Brian de Bois-Guilbert, os ofrezco, Caballero Desheredado o como gustéis llamaros, el caballo y la armadura usada por el susodicho Bois-Guilbert en el paso de armas de la jornada, dejando a vuestra noble consideración el retenerlas o el poner precio a su rescate, según os plazca, ya que tal es la ley de armas.

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